martes, 8 de febrero de 2011

Y una ceniza negra que se va II - fragmento para teatro









Cuando cumplí seis, mamá me llevó al velorio de la tía Delia. Me puso los zapatos de charol negro, el tapadito nuevo y las medias con puntillas blancas. Yo no quería ir. Pero la vieja esa era mi madrina. Mientras me arrastraba de las trenzas me decia que si empezaba a enfrentar a la parca desde chiquita de grande me iba a ser mas facil soportar ese dolor. A mi me llamaba la atención que el tio Eusebio no llorara y le pregunté a mamá por qué si todos lloraban él no. Los hombres no lloran, me dijo. Si llora es porque es puto. Para mi la tía era una vieja hija de puta que me hacia limpiar la mierda del gallinero a cambio de una moneda de diez centavos. Se reía con la boca llena de comida. Dejaba la dentadura postiza en un vasito en mi mesita de luz cuando venía a visitarnos y olía a talco vencido. Me dejaba toda la cara mojada cuando me daba un beso y se la pasaba gritándole al tío Eusebio: sos un inservible. Me acuerdo del olor a podrido que había en esa habitación el día del velorio. Mamá me obligó a regalarle una crucecita que yo usaba siempre. -Así vas a saber lo que es el desapego. Con la tia Delia tiene irse algo que vos quieras mucho. La tuve que dejar al lado de ella en el ataud junto con una corona de cirios por ser su ahijada y quedarme al lado del cadáver todo el tiempo porque ella me dijo: -vos no dejes de mirarla, estate atenta a ver si se despierta todavia. A mi me impresionaban los algodones en la nariz y en la boca y que estuviera tan hinchada. La tia Delia parece un hipopótamo, le dije a mama y me pego una cachetada con la mano del anillo redondo que no me voy a olvidar en mi vida. La gente murmuraba cosas por detrás y lloraba en el hombro del tío Eusebio que estaba duro como rulo de estatua, inmutable, con un pañuelo cuadrillé todo mugriento que no dejaba de pasarse por toda la cara. La noche siguiente al velorio soñé con la tía Delia y los cirios y la otra también y la otra y la otra y la otra. Me despertaba transpirando, con el olor a muerto en la nariz. Pensaba en mi crucecita, en el color que habría adquirido enterrada con la vieja adentro del cajón con lo que yo la ciudaba limpiándola con dentífrico cada vez que se ponía negra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario